Ya sabemos que "las palabras son de plata" y que "el silencio es oro". La larga tradición del silencio como herramienta de sabiduría adquiere cada vez más valor, aunque la realidad dicte otros esquemas. Es necesario empezar a comprender la similitud que hay entre hablar y callar, es decir, conjugar la plata y el oro de una forma provechosa. Si nos atenemos a callar todo el tiempo en la creencia de que las palabras son argénteas oscuridades, no permitimos al silencio expresarse en su forma activa (el habla) de naturaleza iluminante. Hablar la estrella (con sus ecos de luces), hablar el temblor de la sombra de la rosa, hablar para regar semillas mágicas en la tierra fértil. No hablar el cactus, el sendero lleno de piedras filosas, el polvo opacante sobre la bombilla de nuestro cuarto. Que sea el silencio cuando a nuestra lengua asome la jauría de vocablos con espuma en sus labios, y sólo el habla (el habla fulgurante y torrencial) cuando el giro de nuestra voz sea capaz de exhibirse como tela presta a recibir la pintura de los arcángeles.
Hablo, siembro monedas de alegría; callo, ubico la destrucción en las antípodas de mi realidad. La creencia que descubre las palabras en su inferioridad de plata, olvida la otra cara del céntimo: que es la cara de un euro. Este debe ser el rostro de nuestra voz: el de un euro. A menudo con un mayor poder de adquisición de las mejores cosas del mundo.
Nunca lo olvidemos: hablar es lo mismo que callar. Créelo: la plata es igual al oro. Sólo debes saber tocar las palabras para convertirlas en oro.